¿Certezas inciertas?
Llegué al Mental en mayo del 71 para una plaza de cuidadora psiquiátrica y tras abrir una puerta cerrada a cal y canto desapareció la fragancia característica de la primavera y de repente, como en el túnel del tiempo, me adentraba en un paisaje de personas vestidas de beneficencia que daban vueltas y vueltas a un hermoso patio lleno de palmeras, sin parecer que aquello tuviera más intención que pasar el tiempo. En la palmera central durante bastante tiempo, un interno joven trepaba cada vez más alto mientras el personal sanitario esperaba su descenso con inyección en mano, y a más gritaban su nombre, “P. baja”, éste más subía.
Yo venía de la facultad de psicología, un mundo de expectativas y posibilidades, lleno de certezas en los libros y en boca de algunos profesores. Y de repente ¿era una certeza lo que veía y sentía? ¿una ensoñación? Parecía Fellini en esa escena “Voglio una dona…”. No era cine, ni un mal sueño, era un paisaje real y dantesco, una cárcel muy especial que sólo se merecía por el hecho de ser llamado loco. Ese estereotipo del loco del todo enajenado, de personas forzadas a una “monoidentidad”, prisioneras en ella y esta identidad única, anula y niega cualquier elemento de singularidad, de diferencia. Y por “lógica consecuencia” se es merecedor del deber de obedecer y de ningún derecho, sin voz, ni poder. Y así quizás es fácil que uno muera en vida o mate.
En la Sección de Mujeres de Santa María a la que fui destinada, las certezas se materializaban: de día con cadenas y correas atadas a los bancos, de tarde en fila india a la iglesia, de noche un ruido que se repetía de forma sincopada, pam , pam , pam .. era el cierre, llave en mano, de tristes habitáculos en el interior de la sección, tras una imponente puerta de entrada, como bien sabemos, cerrada a cal y canto.
Un mundo en el que las personas internas tenían que traspasar tres puertas como fauces de un cancerbero para salir acompañadas al barrio, en un intento de vivir una brizna de lo que era natural para los de fuera, como ir al bar, a la peluquería, de paseo, a la excursión, las colonias o al cine un domingo por la tarde. Con la convicción de ser sujeto, de ser tratado como sujeto, de sentirnos mutuamente bien, de reapropiación del pasado y del sentido de la propia vida.
Y toda esta vida se conjuntaba con ese mundo tan sugestivo, de equipo, de escucha activa y sincera, de apertura para recibir a personas internas y externas de otras secciones que venían a visitarnos, a conversar, a sentir el lamento y la alegría de una guitarra, con asambleas y encierros.
Y en una institución hecha para deshumanizar la vida y que emplea las energías en autoreproducirse cuestiones como la proximidad, la cercanía, el humor, la corporeidad, el ser llamadas por el nombre… implicaba correr el riesgo, siempre y en cualquier momento, de convertirse en situaciones subversivas, sin olvidar que, todos en el país, vivíamos bajo una dictadura. Y subversivas decidieron que debieron serlo, ya que el despido de la mayoría del equipo paralizó de cuajo esta bocanada de aire fresco, de libertad, ese sueño que sin permiso de Labordeta hubiéramos querido entonar… ”habrá un día en que todas al levantar la vista veremos en las puertas escrito libertad”.
Nosotros seguimos con nuestras vidas en plena juventud y muchas veces me pregunté ¿y ellas? ¿cómo debieron continuar sus vidas?
Las personas internas manifestaban sus emociones de formas desconocidas, que manifestaban muchas veces sufrimiento y sentía la necesidad de adentrarme en los misterios de los seres humanos y avanzar en las preguntas y respuestas que se daban frente a lo desconocido. ¿porque provocaban tanto miedo, tanto rechazo? ¿por qué apropiarse, cosificar el sufrimiento? ¿era necesario defendernos? ¿podíamos sostener otras formas que no fueran el control, la exclusión, la evitación …? La visita al hospital psiquiátrico de Trieste confirmó lo que ya sabíamos: que podíamos y la psicología me pareció un excelente campo para lo que estaba buscando. Eso sí, las certezas por suerte continuaron y continúan inciertas
Los años posteriores me llevaron a nuevos aprendizajes y experiencias en el trabajo clínico, en la terapia familiar, en el trabajo comunitario …y, en un momento u otro, iban a dar a una caja de resonancia, ¿dónde? al lugar del Mental.
Y en el centro de salud mental ya no había secciones, había equipos, no había cierres, era ambulatorio, ya había leyes en el país, intentábamos la accesibilidad al servicio, la autonomía, el trabajo con el entorno de la persona, el trabajo en red, la continuidad asistencial…vivencias y experiencias nuevas y, a su vez, aunque de otra manera, conocidas y vividas. Momentos, tampoco exentos de dificultades que me ayudaron a una práctica interactiva e individualizada en los equipos, ligada al respeto, a intentar desestigmatizar, a empatizar con el sufrimiento, a incluir las familias, a crear conjuntamente las condiciones para que quienes consultaban tomaran sus propias decisiones o intuyeran una luz en el atasco, siempre con la idea de una atención integral e integrada en el territorio.
Y de fondo nos planteamos una reflexión ¿las reglas de juego habían cambiado?
Y a este camino tan apasionante y a su vez, lento, a veces cansino y arduo, aún le falta recorrido para esa alianza entre actores, disciplinas, servicios y recursos. Ánimos para los que vayan llegando.
Gracias al Dr. Jaén por su profesionalidad y cercanía,
Gracias a Ramón, al equipo, y a todos los que compartimos acuerdos y diferencias.
Gracias a la vida, como dice la canción de Violeta Parra “en el que el canto de ustedes (internas y familias) es el mismo canto y el canto de todos es mi propio canto”.
Gracias al Memorial por plantearnos recoger la experiencia.
Núria Pi
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