Reflexiones sobre la pandemia
desde una unidad para personas con trastorno mental severo
Aprovecho para compartir una reflexión después de un año de pandemia. Ante todo me presento, soy Javier Piris, psicólogo del servicio de rehabilitación comunitaria (lo que tradicionalmente se conoce como “centro de día”) Dr. Pi i Molist para personas con trastorno mental severo, pero que en nuestra misma unidad tenemos pisos con soporte, una residencia y un club social
En navidades del 2019 comenzamos a escuchar noticias sobre una nueva enfermedad, la COVID-19. En un primer momento lo enfocamos con lejanía, con la idea de que sería algo que, si nos llegaba a afectar, no sería de forma importante. En febrero comenzamos a evidenciar que no sería así. En marzo nos confinamos y nuestro país, que probablemente llegaba tarde, aplicó algunas de las medidas más restrictivas respecto a otros países europeos.
Creo que estas han sido características que a todos nos impactaron: la sensación de falta de capacidad de prevenir y la sorpresa constante, la falta de control, la incoherencia percibida, el miedo a lo desconocido y la necesidad de adaptar nuestros esquemas mentales de forma casi constate. Recuerdo como un jueves intentaba tranquilizar a mis pacientes en un grupo y, a la salida, mis compañeros subían mesas con urgencia para que en el comedor de la residencia hubiera “distancia de seguridad”. Eso fue un jueves, el viernes ya cerramos el centro y el club social, y la residencia y los pisos se aislaron.
En ese primer momento sentíamos gran temor por como estarían nuestros pacientes, huérfanos de nuestra atención, que hasta el momento había sido prácticamente diaria. Si nosotros nos encontrábamos fatal ¿cómo estarían ellos? Intentamos recurrir a videoconferencias, grupos virtuales…. Pero la falta de medios económicos (muy pocos pacientes tenían móviles o conexiones estables a internet) nos lo impidió. Al final solo nos quedaron las llamadas telefónicas y, en algunos casos, el “whatsapp”.
Sin embargo ese primer momento supuso toda una cura de humildad. Hubo quien reaccionó mal e incluso alguna crisis,
pero la mayoría respondieron con una capacidad de adaptación de la que los profesionales muchas veces carecimos.
Ellos, con acierto nos decían, “yo ya he pasado por otras crisis personales, y peores que esta” y se mostraban tranquilos, mientras que nosotros, sobre la marcha intentábamos aprender y resituarnos.
De hecho en esos momentos de confinamiento total la mayor dificultad de las personas que atendemos no fueron los problemas mentales, sino los sociales. En esta pandemia parece que la respuesta prioritaria siempre ha sido la médica (entendida desde su vertiente más biológica). Los primeros meses tuvimos pacientes en riesgo social grave y con escasa respuesta, teniendo que aportar en ocasiones nuestros recursos personales para que tuvieran las necesidades de subsistencia cubiertas. A pesar de que esto progresivamente fue mejorando todavía a día de hoy la atención social es deficiente.
En esta misma línea creo que la salud mental no ha sido suficientemente tenida en cuenta, y mucho menos respecto a las personas con dificultades previas. Aunque en su inicio el confinamiento fue generalizado, después hubo ciertas excepciones y se permitió a las personas “con discapacidad” salir a pasear. Sin embargo en las ruedas de prensa o en las noticias siempre se referían al autismo y la discapacidad intelectual, lo cual generó mucha inseguridad sobre si las personas con enfermedades mentales graves también se podían acoger a ello, dejando en la mano de cada profesional si “firmar o no” la autorización clínica. Al poder hacer una salida terapéutica dependía de lo sensible, empática o incluso valiente que fuera tu psiquiatra o psicólogo.
A pesar de todo, nuestros pacientes siguieron afrontándolo considerablemente bien.
Su capacidad de adaptación y resiliencia ha quedado, para mí, fuera de toda duda.
Personalmente siempre intento que la relación con mis pacientes sea lo menos jerárquica posible, pero nunca había llegado al nivel de estos últimos tiempos. En muchas ocasiones creamos verdaderos equipos “paciente-profesional” donde, conjuntamente, interpretar las nuevas circunstancias en las que nos encontrábamos y ver como las podíamos afrontar.
Progresivamente las medidas se fueron “desescalando” y nuestro centro volvió a abrir, con un sinfín de medidas que un año antes nunca habríamos aceptado. A día de hoy seguimos con la actividad reducida, problemas de espacio, falta de medios tecnológicos, etc. Sin embargo seguimos, nos adaptamos y avanzamos.
Todos intentamos tirar juntos y la fuerza cooperativa es lo que nos está permitiendo no quedarnos estancados.
Sin embargo no quiero olvidar hacer referencia a los verdaderos héroes forzados de la resistencia en este año. Me refiero a los residentes de nuestra residencia de salud mental que, salvo una pequeña flexibilización en verano, han estado un año entero totalmente aislados. Hace dos semanas, estando la mayoría vacunados y con PCR’s periódicas, se les permitió salir media hora al día, en grupos pequeños y acompañados de profesionales. A día de hoy ya pueden salir una hora solos, pero solo hasta que los datos epidemiológicos empeoren de nuevo.
En este caso se sigue priorizando la visión biológica (evitar un brote de COVID) más que la de salud mental (evitar una crisis o el deterioro psicosocial). Y en el fondo probablemente un poco de discriminación, como siempre ha habido en las personas con problemas de salud mental, asumiendo que si no se actúa de esta forma “se descontrolaran” y podrán llevar a cabo más conductas de riesgo.
Esta visión no es éticamente aceptable y la experiencia de todo este año me indica además que es errónea. Como ejemplo tener en cuenta que, al menos en nuestra residencia, el porcentaje de residentes que han aceptado la vacunación, a pesar de muchos miedos, ha sido mayor que el de la población general y que el de los profesionales sanitarios.
Y el principal motivo que esgrimen es la solidaridad
(“si nos vacunamos protegemos al de al lado”).
Me gustaría creer que en algún momento aceptaremos que nuestros pacientes son más capaces y, probablemente, más fuertes que ninguno de nosotros. Ellos han atravesado ya peores tormentas y han salido victoriosos.
En lugar de encerrarlos dejémonos que nos guíen en ello.
Durante este tiempo nos han hablado de tomar las cosas con calma, de relativizar el momento, de mantenernos activos, de equilibrar los riesgos y los beneficios, de tener en cuenta que la salud no es solo la física, de la solidaridad y sobre todo, de no dejar a nadie atrás.
Javier Piris
Psicólogo
Servicio de Rehabilitación Comunitaria Dr. Pi i Molist
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